La silla de la discordia

 

Era el final de la jornada laboral, todo era igual que el día anterior e igual que el anterior del anterior; 

incluso el dolor de cuello y espalda baja. Pasaba la mayor parte del día sentada frente a una 

computadora con la cabeza inclinada hacia mi hombro para sostener el auricular del teléfono. 

La mayor parte del tiempo atendía a clientes por este medio,  eso significaba que mientras sostenía 

el teléfono con el hombro, usaba la computadora para continuar con mis labores diarias. 



Las malas posturas, largos periodos de tiempo sentada y el estrés me hacían sentir dolor y 

cansancio, las molestias en el cuello y espalda baja fueron una constante. Cada vez me pesaba 

más la idea de enfrentar otro día bajo esas circunstancias, pero amaba lo que hacía y me sentía 

muy feliz apoyando a los clientes a resolver sus problemas.



Traté de buscar una solución. En primer lugar detecté que mi silla no contaba con acojinamiento 

en el área lumbar y que un teléfono de diadema me permitiría contestar llamadas sin tener que 

hacer malabares.



Trabajaba en una gran institución financiera por lo que acudí al área encargada del mobiliario y

solicité el reemplazo de mi silla de respaldo plano por una con soporte lumbar. Mi petición parecía 

un lujo; ese producto no estaba en el catálogo autorizado. Por supuesto mi solicitud fue rechazada, 

como también fue denegada mi requisición de un teléfono con auricular de diadema. 



Los días pasaron y no podía creer que debía seguir trabajando bajo circunstancias que me hacían 

sentir enfado y bajaban mi productividad, no solo en mi trabajo, sino en mi vida después del trabajo. 



Hasta que un día llegué a la conclusión de que debía cuidar mi salud física y mental, por lo que 

decidí comprar mi propia silla con soporte lumbar y usarla en mi oficina. Clientes y compañeros 

de trabajo se sorprendieron de que mi silla fuera diferente al diseño del resto del mobiliario. Al oír 

mi historia, algunos reaccionaron con sorpresa y otros quizá pensaban que mi decisión era 

exagerada. 


 

Al final del día, solamente la persona que vive o padece determinada situación es la que está

facultada para pensar, sentir y actuar de acuerdo a sus circunstancias. En mi caso, si hubiera 

acatado la instrucción de que sólo se podían utilizar las sillas institucionales con respaldo plano, 

mi malestar físico y emocional hubiera crecido. No logré conseguir un auricular de diadema, pero 

opté por usar el altavoz del teléfono, cuando las circunstancias lo permitieran.


Muchas veces estamos enmarcados en lo que nos dicta la sociedad, la familia, el patrón, la religión, 

la escuela, el gobierno, sin detenernos a pensar en lo que realmente nos conviene alienados a la 

verdad.


Escuchar a tu voz interior sería un buen comienzo, un comienzo maravilloso para dejarte guiar 

por una inteligencia mayor que solo busca tu bien; para que primero puedas estar bien contigo

mismo, y luego puedas ofrecer a los demás lo mejor de ti, tu mejor versión.






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